El viejo Almacén. BsAs

Surplus Approach

“Es necesario volver a la economía política de los Fisiócratas, Smith, Ricardo y Marx. Y uno debe proceder en dos direcciones: i) purgar la teoría de todas las dificultades e incongruencias que los economistas clásicos (y Marx) no fueron capaces de superar, y, ii) seguir y desarrollar la relevante y verdadera teoría económica como se vino desarrollando desde “Petty, Cantillón, los Fisiócratas, Smith, Ricardo, Marx”. Este natural y consistente flujo de ideas ha sido repentinamente interrumpido y enterrado debajo de todo, invadido, sumergido y arrasado con la fuerza de una ola marina de economía marginal. Debe ser rescatada."
Luigi Pasinetti


ISSN 1853-0419

Entrada destacada

Teorías del valor y la distribución una comparacion entre clásicos y neoclásicos

Fabio PETRI   Esta obra, traducida por UNM Editora, ha sido originalmente editada en Italia con el título: “Teorie del valore e del...

17 mar 2009

La política agropecuaria y la estructura productiva



por Fabián Amico


La eterna discusión entre el gobierno y la Mesa de Enlace puso en evidencia las orientaciones económicas que emergen de la discusión sobre la política agropecuaria. Pese a algunas concesiones obtenidas inicialmente por el sector (en el tema ganadero, lácteo la suba del precio de referencia del trigo destinado al mercado interno), la Mesa de Enlace volvió a pedir una vez más la rebaja de las retenciones a la soja. El Gobierno se negó a hacerlo argumentando que no quiere afectar la recaudación en medio de la crisis internacional. Los representantes del agro aseguraban que hay otras alternativas de recaudación.
En el trasfondo de esta discusión hay un bloque de fuerzas políticas y sociales propugnando un retorno al modelo agroexportador, ahora basado en la soja, un modelo de país que ya ha demostrado, durante más de treinta años, su más completo fracaso. Los representantes más duros de este bloque se reunieron recientemente en torno del megaevento de negocios Expoagro, donde adoptaron la soja como bandera. Cada intervención y cada discurso pareció tener como objetivo competir con los demás para ver quién está más a la derecha y quién sustenta las posiciones más radicalmente conservadoras, en una dinámica realmente bizarra. Sin los tapujos de algún pasado retóricamente progresista, Carrió se radicalizó una vez más. “El único camino de salida de la crisis que tiene la Argentina es el campo y la agroindustria”, dijo, y agregó que convocará a sesiones especiales del Congreso para forzar la discusión de las retenciones a la soja. Como frutilla de la torta agregó que “hay que bajar los costos laborales para sostener el empleo”.
Un menú completo de ortodoxia.

Sin embargo, la necedad de los adversarios no puede convertirse así nomás en una virtud propia. Preso de una larga confusión, el gobierno coloca la discusión con los empresarios agropecuarios en un terreno ambiguo, como si el problema fuera la recaudación fiscal o solamente un problema de justicia distributiva, con todo lo importante que esto pueda ser. Se descuida la atención sobre un problema aún más importante, como es su efecto sobre la estructura productiva del país.
Marcelo Diamand decía que en Argentina los productos agropecuarios son relativamente más baratos que los industriales por dos razones. Una: la extraordinaria dotación de recursos naturales del país; otra: el retraso del desarrollo industrial interno, debido a las crisis y las políticas de ajuste de las últimas décadas. Así, si se fija un tipo de cambio bajo (un peso “caro”), acorde con la productividad “natural” del agro, los precios agropecuarios son competitivos a nivel internacional pero los precios industriales no. Esta asimetría entre precios relativos internos y los internacionales supone que para otorgarle competitividad a la producción nacional de exportables, especialmente de bienes industriales, tiene que haber tipos de cambio diferenciales para los diversos productos. Este es el único modo genuino en que la industria pueda contribuir con exportaciones a obtener las divisas que insume su propio desarrollo.
Un ejemplo: si para la rentabilidad de la soja alcanza una paridad de 2 pesos por dólar, para hacer viables las exportaciones de textiles o maquinarias es necesario un dólar a 4 pesos. Si el tipo de cambio se fija en el nivel de la soja (como en la convertibilidad), no hay necesidad de retenciones ni hay inflación, pero desaparece más de la mitad de la producción y el empleo industrial. Si el dólar se fija en el nivel “industrial”, más alto, se genera una renta extraordinaria para la soja, que aumenta el precio de la tierra y del conjunto de los alimentos, y profundiza los desequilibrios estructurales del país.

No hay muchas opciones: se deben “administrar” las señales de precios del mercado internacional, para “traducirlas” en función de una estructura productiva interna que haga factible el desarrollo económico y social. Si los precios relativos internacionales se traducen al mercado interno sin interferencia (como las retenciones u otras intervenciones posibles del Estado), el campo pasaría a ser un mero apéndice del mercado mundial, como en los viejos tiempos del modelo agroexportador, y el país se desindustrializaría sin pausa. Pese a lo que se repite sin fundamento en los medios respecto de la incidencia del sector agropecuario, el conjunto del agro y del sistema agroalimentario generan menos del 20% del empleo, con lo que el resto de la población del país sobraría.[1] Pero ni siquiera eso es seguro, porque las oscilaciones de los precios internacionales de productos primarios son muy bruscas: ¿qué modelo agroexportador resultaría en un mundo como el actual con caída de los precios de la soja y otros commodities?.
En verdad, en Argentina la discusión sobre la apropiación de la renta que generan los productos agropecuarios, fue una discusión que apunta a adjudicar un carácter de bienes públicos a los productos del sector, dado su rol estratégico en la provisión de divisas y en el alivio de la restricción externa. Por otro lado, la fijación de tipos de cambios diferenciales podría traducirse en salarios en dólares relativamente más bajos (que en el fondo es un reflejo de la productividad media de la economía). Pero el hecho de que el salario real pueda ser relativamente bajo en dólares no implica que no pueda ser más alto en pesos, o sea en poder adquisitivo interno. Ello depende de la relación entre tipo de cambio y salario real, y del grado de disociación que la política económica pueda establecer en cada momento entre precios internos e internacionales de los bienes-salario que exporta el país. Por caso, en la convertibilidad había salarios altos en dólares, junto con desindustrialización, alto desempleo y una paulatina caída de salario real en pesos.
Estos temas fundamentales siguen ausentes de la agenda pública en general y en particular en las actuales discusiones sobre la política agropecuaria. Si esta situación persistiera, retornaría al centro de la escena la “maldición de los recursos naturales”, a saber: los países que sustentan su desarrollo en sus recursos naturales abundantes (petróleo, cobre, tierras fértiles, etcétera), nunca llegan a superar el subdesarrollo. En ausencia de este debate fundamental, la estrategia de la Mesa de Enlace de “ir corriendo el arco” a medida que obtiene concesiones, terminará por consumar la anhelada eliminación de las retenciones, incluidas las que rigen sobre la soja. No sería extraño entonces que el país ingrese, con renovados bríos, en una nueva ronda del modelo soja & shopping, como en los años noventa, cuando Argentina hizo todo lo que Carrió, Solá, Macri y la Mesa de Enlace hoy pregonan con fanatismo. Y así nos fue.

[1] Unos de los pocos que intentaron “demostrar” con datos esa alta incidencia del agro fueron Llach, Harriague y O’Connor (“La generación de empleo en las cadenas agroindustriales”, documento de la Fundación Producir conservando, Buenos Aires, 2004). La réplica de Javier Rodríguez fue lapidaria (véase: “Los complejos agroalimentarios y el empleo: una controversia teórica y empírica”, Cenda, Doc.de Trabajo, Nro.3, setiembre de 2005). Tras su análisis Rodríguez concluyó que: “Todo el sistema agroalimentario ampliado, incluyendo la producción, comercialización y transporte de todos los alimentos (incorporada la pesca), y de toda la producción primaria incluyendo el algodón, la lana, la madera, etc.; acapara el 18,1% de los puestos de trabajo existentes en 1997”.

5 mar 2009

La obsesion por el déficit fiscal



¿Somos todos keynesianos?







Por Fabian Amico *

¿Somos todos keynesianos? ¿Vuelve Keynes? Parece evidente en estos tiempos de crisis doméstica e internacional. Cuando en 1971 Nixon dijo: “Ahora somos todos keynesianos”, la frase tenía un cierto sentido. Hoy es dudosa y ambigua. Stiglitz repitió hace poco que “ahora somos todos keynesianos, incluso la derecha en Estados Unidos se sumó al bando keynesiano con un entusiasmo desenfrenado”. Pero el propio Stiglitz sucumbe a la tradición keynesiana “bastarda” cuando se preocupa por el déficit fiscal. Propone: “Bajarles los impuestos a los pobres y aumentar los beneficios de desempleo, al mismo tiempo que se aumentan los impuestos a los ricos puede estimular la economía, reducir el déficit y disminuir la desigualdad”. Siempre la preocupación por el déficit. ¿Será keynesiana tal preocupación?
Esto forma parte de una tendencia más reciente, donde Keynes y Friedman ya no se oponen sino que “interactúan”: el Estado interviene en el plano fiscal (Keynes dixit) y la política monetaria se encuentra en manos “independientes” (Friedman dixit). Por caso, Nixon tenía a Friedman como asesor, y el mismo Milton llegó a decir: “Ahora somos todos keynesianos”, aunque más tarde aclaró: “En un sentido, ahora somos todos keynesianos; en otro, ya nadie es keynesiano”. Digamos: keynesianos retóricos, aunque no keynesianos sustanciales.
Entonces, ¿”somos todos keynesianos”? Para ver nota completa clickear aca


1 mar 2009

Crítica a la ortodoxia


La teoría económica dominante es impotente como paradigma explicativo de la realidad del capitalismo actual. La revista científica Nature postuló la necesidad de una “revolución científica” en la economía.



Por El Grupo Lujan

La revista Nature destacó la incapacidad de los economistas en “prever y evitar las crisis”.
La crisis sistémica mundial dio lugar para que se cuestionara el saber económico, por décadas incuestionado, al punto de tener durante los ‘90 y redivivos aún gurúes neoclásicos de distinta orientación, pero coincidiendo en un núcleo neoclásico devenido políticamente en “neoliberal”. Recientemente, la revista científica Nature Nº 455 (octubre/2008) postuló la necesidad de una “revolución científica” en la economía, reconociendo la incapacidad de los economistas en “prever y evitar las crisis”, en haber asumido al mercado como ídolo, y acusándolos de hacer propaganda en vez de ciencia.
La importancia de la crítica teórica en la economía suele ser ignorada en el plano de la aplicación política, ya no por economistas ortodoxos sino por la mayoría de los considerados heterodoxos. Lo que es permitido cuestionarse –limitadamente– en la academia, es olímpicamente ignorado a la hora de tomar medidas de política económica.
Un punteo de temas muy cuestionados en la teoría económica actual y que son ignorados: ¿qué posibilidades hay de que la economía deje de mostrar un supuesto pensamiento de “expectativas racionales” siempre frustradas por la realidad? Veremos rápidamente que, durante el siglo XX, distintos problemas (puzzles) para la teoría ortodoxa fueron respondidos por economistas heterodoxos, que fueron olvidados o desplazados de los manuales (de)formadores de economistas.
Para analizarlo, partiremos de un economista de perfil bajo, Piero Sraffa (1898-1983)

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El Poder del dolar






Por Alejandro Fiorito *
La ortodoxia, además de mantener causalidades desde la oferta para explicar el crecimiento real de la economía, manifiesta respecto del dinero una creencia que no es pertinente con la realidad: la de que cada pieza de papel o moneda fundamenta su valor en una mercancía (oro, etc.) sin diferencias con la teoría metalista elaborada por Hume en el siglo XVIII.
El dinero representa en realidad el poder del Estado y no tiene un vínculo necesario con una mercancía para obtener su valor de cambio. Históricamente los Estados eligieron el medio con que cobrar sus impuestos. Los bancos se plegaron a este poder desde los inicios del capitalismo conformando la existencia del dinero como una deuda: los créditos generan los depósitos. La población ciudadana en cada nación tuvo ventajas y no opciones para aceptarlo y naturalizarlo luego.
Esta causalidad es en general anulada del análisis tradicional, que basada en dinero-mercancía, justifica los ajustes ortodoxos en los países normales y adquiere ribetes de total incomprensión ante el caso singular de Estados Unidos con su dinero singular, mundial: el dólar inconvertible aceptado por el resto del mundo. En efecto, desde 1971, Estados Unidos declara que no convertirá cada dólar en algún valor con respaldo en oro.
Con la reciente crisis, se ha dicho de todo, y en general sin dejar de ver a Estados Unidos como un país más. El plan de apoyo fiscal de Obama vuelve a resucitar el tema sin ver las asimetrías que permiten a Estados Unidos sostener un patrón dólar flexible por más tiempo que el patrón dólar-oro de Bretton Woods. Rápidamente se repiten ecuménicamente esquemas de pensamiento ortodoxo: a causa de la merma de valor del dólar los gobiernos y los privados en el mundo comenzarán a vender sus activos en dólares, generando suba de tasa de interés e inflación en Estados Unidos y una fuga hacia otra moneda mundial.
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* Investigador y docente del Grupo Luján, UNLU y UBA.