El viejo Almacén. BsAs

Surplus Approach

“Es necesario volver a la economía política de los Fisiócratas, Smith, Ricardo y Marx. Y uno debe proceder en dos direcciones: i) purgar la teoría de todas las dificultades e incongruencias que los economistas clásicos (y Marx) no fueron capaces de superar, y, ii) seguir y desarrollar la relevante y verdadera teoría económica como se vino desarrollando desde “Petty, Cantillón, los Fisiócratas, Smith, Ricardo, Marx”. Este natural y consistente flujo de ideas ha sido repentinamente interrumpido y enterrado debajo de todo, invadido, sumergido y arrasado con la fuerza de una ola marina de economía marginal. Debe ser rescatada."
Luigi Pasinetti


ISSN 1853-0419

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19 mar 2013

El misterioso optimismo sobre la relación tipo de cambio y crecimiento






por Fabián Amico* y Alejandro Fiorito**
El Economista


En el debate actual sobre política económica se asumió como un dogma que el crecimiento acelerado registrado entre 2003 y 2011 tuvo como causa básica a la gran devaluación de 2002 y por ende fue el fruto de la vigencia de un tipo de cambio real competitivo (TCRC). No pocos economistas atribuyen hoy la desaceleración del nivel de actividad a la creciente apreciación cambiaria real.

Todas las miradas se enfocan sobre los salarios en dólares: entre 2009 y 2011 el TC nominal (oficial) aumentó 12,6%, mientras los salarios del sector privado registrado aumentaron 68%. Así, el valor en dólares de los salarios subió casi 50%. En 2012 esto se revirtió apenas parcialmente.

¿Cómo estimularía el crecimiento de la economía un TCR más competitivo? En principio, conduciría a mayores exportaciones y menores importaciones, estimularía la inversión, y generaría más producción y empleo. El supuesto implícito es que los otros componentes de demanda doméstica permanecerán constantes. Pero esto no es así.

Desde hace por lo menos 60 años, sabemos que en Argentina las devaluaciones son contractivas del nivel de actividad. De acuerdo con toda la evidencia empírica, la sensibilidad del comercio exterior (exportaciones e importaciones) a las variaciones del TCR es muy pequeña. Sin embargo, el efecto inflacionario y regresivo sobre la distribución (caída del salario real) es mucho más poderoso y por ende el resultado global de la devaluación es claramente recesivo. Peor aún cuando el ajuste cambiario viene acompañado de una mayor “austeridad” fiscal. La contracción del nivel de actividad económica, finalmente, produce una retracción global de la inversión, consolidando el efecto contractivo.

Algunos economistas postulan otro efecto, por el cual una devaluación real generaría una mayor demanda de empleo -para un nivel de actividad dado- debido al abaratamiento en moneda extranjera del “factor trabajo” en relación al capital. Esto implicaría que si el ratio de precio relativo salarios/bienes de capital (en dólares) de toda la economía se redujera persistentemente, entonces habría un aumento del empleo en todos los sectores con independencia de la tasa de crecimiento de la economía.

La suba del TCR (devaluación) funciona aquí de modo análogo a la afirmación de que la flexibilidad salarial descendente podría eliminar el desempleo (¿por qué no seguir devaluando permanentemente hasta alcanzar el “pleno empleo”). Pero, en general, existe una relación (técnica) rígida entre capital y trabajo; ergo, aunque cambien los precios, la relación empleo/producto puede mantenerse inalterada.

Ciertamente, el TCR puede tener un rol –junto con otras políticas específicas- en la mejora de la sustentabilidad externa del crecimiento de largo plazo, en la medida en que contribuya a la diversificación de nuestras exportaciones y facilite la sustitución de importaciones. Pero esto es muy diferente a postular una relación general (positiva) entre TCR  y crecimiento: más bien se trata de que el uso de la política cambiaria apuntada a mejorar la sustentabilidad externa sea lo suficiente refinada y sutil como para no perjudicar el mercado interno (y los salarios reales), verdadero motor del crecimiento argentino. En suma, una devaluación “horizontal” (sin ninguna clase de diferenciación cambiaria o de compensaciones) produce una mejora de la rentabilidad de los exportadores, un efecto muy pequeño (o nulo) en las cantidades exportadas y una segura contracción del nivel de actividad.

Ciertamente, la economía argentina exhibe una tendencia al desequilibrio externo entre importaciones y exportaciones que obedece a razones estructurales, entre las cuales tienen un rol central la composición de las exportaciones (primarias), su baja diversificación y la composición de las importaciones (enteramente determinadas por la inversión doméstica y no por el TCR). El crecimiento del mercado doméstico estimula la inversión productiva y esto se traduce en crecientes importaciones de bienes de capital e insumos, mientras las exportaciones crecen a una tasa menor. En síntesis, la propensión a importar de la economía no es compatible con su base exportadora.

Pero el ajuste del TCR no puede corregir este desequilibrio (que debe abordarse con políticas industriales específicas). O, mejor dicho, no de una manera expansiva. En verdad, las devaluaciones (si son de la magnitud suficiente) solo corrigen el desequilibrio externo induciendo recesión, lo que reduce las importaciones y mejora el saldo comercial.

La contrapartida de estas comprobaciones, es que, al contrario de lo que se sostiene, la apreciación cambiaria tiende a ser expansiva porque es la contracara de la mejora del salario real. Pruebas al canto: hacia 2008 muchos economistas auguraban que el nivel de apreciación cambiaria real ya era preocupante y que eso estaba dañando el crecimiento. Más de uno pronosticó que se habían agotado los tiempos de las tasas “chinas” de crecimiento. Sin embargo, tras la crisis de 2009, en un contexto en el cual el nivel de apreciación cambiaria real ya alcanzaba los mínimos registrados en los años 90, el PIB de Argentina creció a niveles record (9,2% en 2010 y 8,9% en 2011), mientras el producto industrial se expandía aún más (9,8% en 2010 y 11,0% en 2011). Algo similar ocurrió en Brasil en 2010 y fue el resultado –en ambos países- de políticas fiscales expansivas.

Ciertamente, además de la recuperación de los salarios reales, el factor clave de la recuperación argentina en 2003 fue una política fiscal crecientemente expansiva. Este rasgo pasó desapercibido porque el gobierno mostró un fuerte superávit fiscal desde 2003, sugiriendo la idea errónea de que la política fiscal era contractiva. Sin embargo, la mayor parte del superávit fiscal se debió a los impuestos a las exportaciones.

 El gobierno utilizó parte de la renta generada por las exportaciones primarias para hacer frente a los pagos externos derivados de la reestructuración de deuda negociada en 2005, ampliando considerablemente el espacio de la política fiscal. Al mismo tiempo, los componentes principales del gasto primario (inversión pública, transferencias sociales, salarios) se expandían a tasas muy significativas.

No obstante, existen razones más profundas para menospreciar el rol de la política fiscal. Hay un consenso casi total acerca de que las políticas macroeconómicas expansivas resultan per sé insostenibles, particularmente en contextos de restricción externa. En lugar de estas políticas “populistas” se ha pretendido que la política cambiaria podía ser una política de crecimiento más “seria” y sostenible. Pero la economía argentina, aún cuando su restricción principal sea su “capacidad de importación”, crece –como en el pasado y como en la mayoría de los países de tamaño medio o grande- empujada por la demanda doméstica. Este es un rasgo estructural objetivo y no una opción de política.

Otro aspecto –más coyuntural- que hizo renacer el optimismo sobre la efectividad de una devaluación nominal para traducirse en una devaluación real, fue la bajísima resistencia salarial exhibida por los trabajadores en 2002 (con altísimo desempleo y flexibilidad laboral). En el pasado, a ningún economista sensato se le hubiera ocurrido que tal resultado fuera posible, ya que una maxidevaluación se traducía casi inmediatamente en una virulenta espiral inflacionaria entre TC y salarios, con resultados inciertos. En este punto, es probable que Argentina haya retornado a su viejo cauce.

Un último aspecto que favoreció esta optimista visión sobre la relación entre TCR y crecimiento fue la aceptación sin crítica de que la estrategia de sustitución de importaciones y, en general, los intentos de industrialización liderada por el Estado se habían “agotado” y por ende habían caído en el desprestigio. En este contexto, la política cambiaria apareció como su sustituto apropiado, en un marco general donde el Estado debía retirarse de todo intento de inmiscuirse directamente en la economía y en el desarrollo. Sencillamente, la política cambiaria (horizontal) es una estrategia más market friendly. Desgraciadamente, tal política no funciona del modo optimista que postula este nuevo consenso macroeconómico.  

En fin, las estrategias factibles, realmente efectivas, para el desarrollo argentino (y latinoamericano) no son un color o un diseño que cambia con los caprichos de la moda. El intento de inducir el desarrollo económico mediante el simple truco de obtener los precios relativos “correctos” (i.e., el tipo de cambio), no deja de ser una utopía, pero tiene sus consecuencias. Cuanto más se tarde en retornar al realismo y la sensatez de los viejos estructuralistas, más se retrasará la construcción práctica de una estrategia de desarrollo económico, la que necesariamente involucrará al Estado en las arduas tareas de inducir la sustitución selectiva de importaciones, la diversificación de las exportaciones, la modernización de la infraestructura y las políticas que induzcan el cambio estructural y tecnológico, en un marco de crecimiento alto y sostenido. No podemos confiar la consecución de estas grandes metas a la performance de una sola variable. 



*Investigador del Cefid-Ar
**Profesor de la UNLU

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original: El Economista 

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