Marcelo Diamand, a quien no le gusta ser llamado burgués nacional, es un economista que ha tentado tenazmente una teoría del crónico desequilibrio estructural argentino, y es a la vez dirigente de la Unión Industrial, lo cual podría sugerir que los empresarios son "menos liberales que antes." Respondiendo un interrogatorio acerca de la historia de nuestros endiablados problemas económicos, no rehusa puntualizar sus soluciones para salir de la trampa del liberalismo, aunque también del simplismo populista.
– Para ubicarlo ante quienes no lo conocen, ¿podríamos decir que usted es un gremialista empresario, un burgués nacional de los que todavía quedan...?
– Lo de burgués tiene una connotación que no me gusta...
– Sin embargo, constituir una burguesía nacional ha sido una idea positiva en ciertos momentos
de nuestra vida política. ¿Podríamos decir mejor, entonces, que es un empresario industrialista?
– Soy ingeniero y empresario. Fundé mi propia empresa electrónica, orientada a la integración nacional y a la tecnología nacional, que empezó siendo muy chiquita y se convirtió en una empresa mediana tirando a grande. Durante mi vida empresaria me enfrenté con distintos obstáculos que provenían del contexto económico, para los que no encontraba suficientes explicaciones. La defensa de mis intereses y los del sector me llevó a incursionar en la dirigencia empresaria. Hace 25 años que soy directivo de la Cámara de Industrias Electrónicas, que presidí siete años, hasta hace un año. También fui miembro de la Junta Directiva de la Confederación Industrial Argentina. Actualmente estoy en la Junta de la Unión Industrial Argentina, donde también presido la Comisión de Análisis Económico. Por otra parte, desde la crisis de 1962–63,
empalmando con algunos conocimientos de ciencias sociales que tenía, me puse a investigar los temas macroeconómicos, lo cual por el tiempo que le dedico se convirtió al fin en mi profesión.
De ahí que un poco en chiste, suelo definirme como un ex ingeniero.
– Es decir se convirtió en economista.
– Sí, me "gradué" de economista siendo profesor de economía en diversas universidades, y además, por supuesto, escribí bastante...
(Quienes nos acercábamos a estos temas en los años '60 tenemos bien presente un pequeño texto
revelador, "El FMI y los países subdesarrollados", editado en 1963, y posteriormente un libro fundamental, "Doctrinas económicas, desarrollo e independencia", de 1973, a los que hay que agregar numerosos trabajos publicados en libros, revistas y diarios, algunos de los más recientes
editados por el Centro de Estudios de la Realidad Económica que Diamand encabeza).– Quizá el provenir de otra disciplina, con su experiencia empresaria, explica que usted fuera un heterodoxo en el pensamiento económico, y no "comprara" los clásicos esquemas liberales...
– Exacto, no compré nada hecho ya que considero que el problema principal que tenemos es precisamente una crisis del paradigma económico. Tenemos un conjunto de ideas, recetas de análisis importados de los grandes países industriales, que muchas veces ya no tienen relevancia en sus propios lugares de origen. Mucho menos la tienen hoy acá y en otros países como Argentina, donde nunca tuvieron validez. Tratándose de algo tan complejo como la economía, quienes estudian los problemas entrando por la variante de esquemas preestablecidos, adquieren una especie de condic ionamiento mental, de modo que ven los problemas a través de lentes teóricos que deforman la percepción de la realidad. Esta es la ventaja de los "outsiders". Los que se dedican al análisis económico viniendo de afuera de la profesión aún no tienen cristalizados sus prejuicios. Por ello, tienen una mayor resistencia a las teorías disponibles en el mercado,
inadecuadas para nuestra realidad. La inercia intelectual a la que me refiero no es del todo inocente. Sin adherir a ninguna teoría conspirativa de la historia, es indudable que ciertos sectores y países adoptan más fácilmente las ideas que convergen con sus intereses o racionalizan su poder. Eso sucede en todas las ramas del saber pero sobre todo en la economía, que analiza la distribución de riquezas entre sectores, clases, países, y que inspira medidas de política económica nacionales e internacionales que influyen sobre esa distribución. Sería ingenuo pretender que la elección de los esquemas sea totalmente imparcial.
– Usted es uno de los analistas que más ha hecho por elaborar las bases de una teoría económica adecuada para interpretar nuestros problemas, desde el punto de vista de la industria nacional. Lo que no es casual, ya que usted vivió de adentro el proceso de industrialización.
– Yo me inicié en 1951, cuando el desafío era tratar de sacar un producto frente a gravísimos problemas de abastecimiento de materias primas y componentes esenciales. En aquel medio adverso no había otro remedio que aplicar inventiva, desarrollar tecnología propia en un nivel bastante primitivo. Con el tiempo los problemas fueron cambiando, aparecieron otras dificultades como la iliquidez, el corte de créditos bancarios, grandes devaluaciones, falta de demanda. No hubo un solo año en que tuviera tranquilidad para dedicarme plenamente a lo que debiera ser propio del empresario: cómo aumentar la eficiencia o mejorar mi posición en el mercado. En todo caso esas preocupaciones siempre se mezclaban con las preocupaciones por otros grandes problemas que atravesaba el país y que creaban graves dificultades a la empresa.
– Esa fecha de 1951 es un momento importante para ver qué es lo que ocurre con el modelo de industrialización que hoy está en crisis, pues ya empezaba a aparecer un techo a la expansión del
mercado interno que tuvo lugar en la posguerra.
– El país se enfrentaba ya claramente con la limitación que iba a gravitar tanto en años posteriores, el estrangulamiento por falta de divisas. La industrialización sustitutiva argentina se hizo al amparo de la protección, a la cual los liberales culpan por lo que consideran como ineficiencia natural. Pero en realidad la protección marca una etapa natural y lógica que atraviesan los países exportadores de productos primarios cuando se industrializan. El error no reside en esa protección indispensable, sino en su asimetría: a la industria se la protege en el mercado interno, pero no se le dan incentivos para exportar, pues para la exportación rige un tipo de cambio que corresponde a la paridad del sector agropecuario. La industria no puede exportar con ese tipo de cambio, y es el sector agrario el que provee de divisas al país. Cuando hay expansión y la industria crece, como utiliza insumos y bienes de capital importados, las divisas provistas por el agro no alcanzan y se produce un crónico retraso en la provisión de divisas. Así el proceso de sustitución de importaciones llega a un límite. Frente a ella, gobiernos de distinta orientación reaccionan de manera diferente.
En 1951 regían restricciones cuantitativas a la importación, el gobierno otorgaba cupos de divisas, que no eran suficientes. Yo fabricaba radios portátiles, pero no había válvulas, entonces nuestra producción estaba limitada por la cantidad de válvulas importadas que podíamos conseguir; después las conseguíamos pero no había baterías, y el ingenio era obtenerlas, a tal punto que yo monté un taller de reparación de baterías dañadas. La gran desventaja de este tipo de racionamiento son las deformaciones que crea el desabastecimiento y las interrupciones de la producción. Pero por lo menos tiene una ventaja: cuando se daba esta situación se entendía que faltaban divisas. El gobierno buscaba intercambios, tratados bilaterales como los del peronismo, etc. Finalmente esta actitud tendría que haber desembocado en una política exportadora más racional, que simetrizara los incentivos para el mercado interno con el apoyo a la exportación, tal como pasó en el caso de Brasil. Pero en la Argentina las cosas evolucionaron en forma distinta. Lo que sobrevino básicamente fue un cambio de actitud frente a la restricción. Los gobiernos, alegando una presunta insuficiencia del ahorro interno para financiar el desarrollo, recurrieron a los créditos del exterior. Es así que oímos en forma repetitiva que al país le faltaban capitales, lo que no era cierto.
– Lo que faltaban eran las divisas.
– Claro. La necesidad de los capitales extranjeros reside en que entran en forma de divisas y sirven como remedio contra la restricción interna. Pero para que el remedio sea permanente y no un mero paliativo momentáneo, el endeudamiento tendría que generar capacidad de repago en divisas, dirigiéndose a rubros sustitutivos que ahorren divisas o rubros exportadores que proveen divisas. Esto ocurrió a veces, pero en la mayoría de los casos los capitales se aplicaron a cubrir sólo el problema momentáneo, sin remediar el estrangulamiento de fondo.
– Y apareció la bola de nieve de la deuda externa.
– Al acumularse la deuda, que hay que pagar en divisas, se toman nuevas deudas para pagar las viejas, y así, a partir de 1952, al principio muy lentamente y luego cada vez más aceleradamente, hay un proceso de endeudamiento acumulativo, interrumpido cada tanto por violentas crisis de balanzas de pago, caracterizadas por una huida masiva de capitales y un colapso de toda la estructura de endeudamiento. El país de repente se encuentra con el déficit originario del sector externo, más los intereses que hay que pagar por la deuda, más la fuga de capitales. Cuando los gobiernos de orientación económica liberal se enfrentan al problema, lo que hacen es someter al país a una recesión. Una herramienta sencilla, mezcla de fuerte devaluación con una política restrictiva de crédito, cuyo resultado es una caída global de actividades, que no hace sino adecuar
el volumen de producción a la escasez de divisas.
– Aquí es donde usted dice que la economía argentina vive en las últimas décadas un proceso de
stop and go, de avances y retrocesos.
– Exacto. Como no se ha diagnosticado en forma clara el problema, las políticas se tornan perversas y agravan los ciclos de stop and go. Se ha diagnosticado la problemática en términos de ineficiencia industrial, se ha dicho que esto se cura abriendo la economía a mayor competencia externa, con lo cual se ha actuado exactamente al revés, porque de esa forma se consumen más divisas innecesariamente. Las aperturas deliberadas de la economía han agravado el problema, deshaciendo de noche lo que tejíamos de día, como Penélope.– Retomando lo que usted decía antes, ese diagnóstico equivocado no es inocente, hay intereses
externos que presionan para que abramos la economía.
– Pero no se trata sólo de que haya buenos y malos. Porque uno podría decir que los liberales no querían la industrialización y los sectores populares querían el crecimiento del mercado interno y la independencia nacional. Pero aunque los gobiernos populares percibieron mejor la esencia del problema, no asumieron la gravedad de las restricciones y la complejidad del cuadro, y no aplicaron políticas para eliminar estas restricciones; las ignoraron, desembocando en políticas inconducentes, a veces en una especie de caos económico. Porque no basta querer desarrollar el mercado interno, hay que conseguir las divisas para subsanar las restricciones que lo traban.
(Continua ACA)
Fuente: Marcelo Diamand, ¿el último empresario nacional?
(Crítica y alternativa al liberalismo económico)
Entrevista por Hugo Chumbita.
Revista Unidos N° 20, abril de 1989