En un artículo de la BBC publicado esta semana alguien señaló que Portugal habría descubierto algo así como “la cuadratura del círculo”. La razón de semejante afirmación era, más o menos, que el país europeo en vez de continuar con las políticas económicas de ajuste recomendadas por la troika (la Comisión Europea, el BCE y el FMI), es decir en vez de seguir caminos como el de Grecia, optó por el camino contrario. La sorpresa, lo cuadrado de lo redondo, sería que el déficit público disminuyó porque la economía creció. Es decir, no se cumplió la predicción mainstream según la cual más gasto significaba más déficit.

Son tiempos en que es habitual experimentar cierto escozor físico frente a algunas lecturas. Pero la cuestión con la economía ya se volvió absurda. Más allá de los debates teóricos interesados y aunque no sea un corpus unificado, la economía no deja de ser una ciencia. Disculpe el lector por la insistencia, pero que sea una ciencia significa que tiene leyes. Que tenga leyes quiere decir, como se repitió aquí muchas veces, que existen relaciones causa-efecto. Es mentira, además, que no exista el laboratorio para las ciencias sociales. El laboratorio es la historia. Esto quiere decir que si se aplican determinadas políticas se consiguen determinados resultados y no otros. Además, sucede lo mismo que con la física, sus leyes operan en todo el universo; en la Argentina del siglo XIX y en la del XXI, en Grecia o en Portugal. A veces se critica a organismos internacionales como el FMI, por aplicar las mismas recetas para todas las economías, cualesquiera sean sus matices y circunstancias, pero se pierde de vista lo principal: que los resultados de sus políticas de ajuste son siempre los mismos. Causa y efecto.

Después de la gran crisis de los años 30, a partir de las ideas de M. Kalecki y J. M. Keynes, pero sobre todo gracias al trabajo de muchos de sus discípulos del Circus de Cambridge, la economía “ya sabe” regular el ciclo económico y cómo conseguir el pleno empleo de los recursos o factores productivos. Las razones que interfieren con estos objetivos son siempre políticas, no limitaciones teóricas. El gran problema es que, aunque la ciencia haya desarrollado el instrumental teórico para la conducción del ciclo, ello no quiere decir que quienes pasaron por las carreras de grado de economía posean este conocimiento. Aunque parezca lo más absurdo del planeta no son estas leyes las que se enseñan en las universidades como corpus principal. Entonces ya no hace falta explicar más por qué a muchos economistas les parece una anomalía que la economía de Portugal haya respondido tal cual lo prevén las leyes científicas. En la universidad les enseñaron otra cosa y no lo discutieron.

Aunque Portugal sea la Nación de Enrique el Navegante, la primera en doblar el Cabo Bojador y abrir la ruta africana a las Indias y Oriente, aunque sólo por casualidad no fue la que “descubrió” América y aunque hoy sea un miembro de la UE, tan cerca como en 1974 todavía un cuarto de su población era analfabeta, un panorama bastante más desolador que, por ejemplo, el de muchos países latinoamericanos en la misma época. Pero desde entonces no dejó de progresar. Muchas veces recurrió a la ayuda externa: en 2011 recibió un “rescate” financiero de la UE por 78.000 millones de euros. Las medidas fueron un violento recorte de los ingresos de los funcionarios públicos y las jubilaciones más un aumento de impuestos del orden de 30 por ciento. El resultado fueron tres años consecutivos de recesión entre 2011 y 2013. Recién en 2014 se registró una leve suba del 0,9. La deuda pública pasó de casi 90 al 129 por ciento del PIB y el desempleo, que a fines de la década era de un dígito, saltó al 17,3 por ciento dejando a uno de cada cinco portugueses en la pobreza.

El “rescate” ocurrió en medio de la crisis del Euro y poco después de las “ayudas” a Grecia e Irlanda. Por entonces Portugal era la P de los PIIGS. La pertenencia a la Eurozona evitó que el ajuste se transforme en crisis y permitió superar la recesión con relativa estabilidad política. Tanta estabilidad que hasta los conservadores del Partido Social Demócrata ganaron las elecciones de 2015. Sin embargo, en un sistema parlamentario, no pudieron formar gobierno y el segundo, el Partido Socialista, hizo una alianza con su viejo adversario, el Partido Comunista y el nuevo Bloque Exquerda, cercano a Siryza y Podemos. Como destaca el ex embajador argentino en Portugal Jorge Argüello, una coalición de izquierda desbancó a la derecha que gobernaba desde 1974. La moneda de cambio de los comunistas y Ezquerda fue el principio de una nueva sintonía: abandonar la austeridad, un punto que no figuraba en el programa de los socialistas.

Las nuevas medidas de gobierno fueron principalmente aumentar los salarios públicos y las jubilaciones, recortadas en 2011, subir el salario mínimo proyectando una senda creciente, bajar el IVA del 23 al 13 por ciento y establecer tarifas sociales a la energía para 700 mil familias. También se aumentaron los presupuestos de Salud, Educación y Tecnología. Dicho de manera rápida, se puso en marcha el “crecimiento conducido por la demanda”. Cuando estas medidas se anunciaron los bancos internacionales y la troika auguraron el principio del fin.

En 2015 la economía creció el 1,6 por ciento y en 2016 el 1,4, pero ya con una tasa del 2 en el último trimestre del año. El déficit fiscal, que después de años de austeridad era del 4,4 por ciento del Producto en 2015 comenzó a reducirse y en 2016 cerró en el 2,1 por ciento. Como enseña la teoría, no en las universidades, el déficit es una función del PIB, que a su vez es empujado por la demanda, la que se pone en marcha de la mano del consumo y arrastra luego a sus otros componentes, como la inversión. Las encuestas indican que si las elecciones fuesen hoy, el Partido Socialista obtendría la mayoría absoluta.