El viejo Almacén. BsAs

Surplus Approach

“Es necesario volver a la economía política de los Fisiócratas, Smith, Ricardo y Marx. Y uno debe proceder en dos direcciones: i) purgar la teoría de todas las dificultades e incongruencias que los economistas clásicos (y Marx) no fueron capaces de superar, y, ii) seguir y desarrollar la relevante y verdadera teoría económica como se vino desarrollando desde “Petty, Cantillón, los Fisiócratas, Smith, Ricardo, Marx”. Este natural y consistente flujo de ideas ha sido repentinamente interrumpido y enterrado debajo de todo, invadido, sumergido y arrasado con la fuerza de una ola marina de economía marginal. Debe ser rescatada."
Luigi Pasinetti


ISSN 1853-0419

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8 may 2017

¿Y SI EL MUNDO FUNCIONA DE OTRA MANERA?






Por Fabián Amico Coeditor de Revista “Circus”

“Los teóricos clásicos se parecen a los geómetras euclidianos en un mundo
no euclidiano, quienes al descubrir que en realidad líneas aparentemente
pararelas a menudo se cortan, las critican por no mantenerse derechas”
-John M. Keynes en “Teoría General”


Cuenta Joan Robinson que en medio de la crisis del ‘30 y de los debates sobre el impacto del gasto en obras públicas, F. Von Hayek llegó a Cambridge con el cometido de contrarrestar la influencia de John M. Keynes. Después de llenar el pizarrón de triángulos, Hayek responsabilizó al “consumo” por la crisis. En algún momento fue interrumpido por Richard Kahn (que estaba trabajando en ese asunto del multiplicador) quien le preguntó con aire sorprendido:

– ¿Cree usted que si mañana me compro un abrigo, haré aumentar el desempleo?
–  Sí -respondió Hayek- pero sería preciso un largo razonamiento matemático para explicarlo.

Esa cíclica discusión histórica reaparece con toda claridad en la reciente entrevista realizada en El Economista a Sebastián Galiani, quien brinda una idea precisa de cómo entiende el Gobierno la macroeconomía argentina actual. Galiani dice, por ejemplo, que el “tipo de cambio real varía considerablemente con el nivel interno de demanda”, es decir, el elevado nivel de gasto público (ceteris paribus) empuja al tipo de cambio real hacia un “valor de equilibrio bajo”. Luego argumenta que hay que aumentar significativamente la inversión y que la inversión en infraestructura tiene un rol muy importante. Pero el financiamiento de la inversión requiere una cantidad considerable de ahorro externo. Para lo cual, hay que aumentar el ahorro doméstico y, para ello, “la reducción del déficit fiscal tiene un papel muy importante”.

Un análisis profundo

¿Por qué los déficit fiscales deben evitarse según esta visión? Por la vieja idea del crowding out: si el Gobierno toma deuda para financiar el déficit “compite” con el sector privado en el mercado de fondos y lo “desplaza”. La tasa de interés subirá, con la ulterior reducción de la inversión y de la tasa de crecimiento. Poco antes de ser ministro, Nicolás Dujovne explicó las complicaciones políticas de esta relación en Argentina. “En materia fiscal, se reemplazó el financiamiento monetario con deuda” ya que la reducción del déficit sería gradual por cuestiones de realismo político (minoría del en el congreso). “El crowding-out no se legisla”, explicó Dujovne. Por otro lado, la “monetización” de la deuda pública produciría inflación.

En una economía abierta, la consecuencia del aumento del déficit público sería, en este contexto, una disminución de la competitividad y una reducción de las exportaciones netas (exportaciones menos importaciones). Esto tiene como derivación los “déficit gemelos”. El núcleo de esta hipótesis es que el gasto (público o privado) solo puede ser “financiado” por el stock existente de ahorro. El enfoque tiene dos supuestos fundamentales. Uno: si los políticos la dejan funcionar libremente, la economía tenderá espontáneamente hacia el pleno empleo. Dos: la tasa de interés real es la variable que equilibra la oferta y demanda de ahorro.

Con estos supuestos, el aumento del déficit fiscal lleva a una mayor demanda por fondos, lo que aumenta la tasa de interés, y luego hay menos inversión y crecimiento. Por tanto, la disminución del déficit fiscal lleva a una baja de la tasa de interés real, un aumento de la inversión y, desde allí, hacia el aumento de la producción y el consumo (como dice Galiani, “el consumo nunca es la base del crecimiento”).

En una economía abierta, la suma del ahorro privado y del ahorro público (netos) debe ser igual al balance comercial. Luego, si el ahorro privado es igual a la inversión, un aumento del déficit fiscal lleva a un aumento del déficit comercial. Así, el déficit fiscal lleva al desplazamiento (crowding out) de las exportaciones netas. Conclusión: el aumento del déficit fiscal desplaza a la inversión privada o a las exportaciones netas (o a ambas).

El desplazamiento de las exportaciones ocurre por dos mecanismos. Si el Gobierno aumenta su endeudamiento en el mercado doméstico, sube la tasa de interés y esto estimula la entrada de capitales del exterior, lo que reduce el nivel del tipo de cambio real y finalmente disminuye las exportaciones netas.  El otro mecanismo sería cuando el Gobierno (o el BCRA) “emite” moneda, lo que produce más inflación y pérdida de competitividad (apreciación del tipo de cambio real), con caída de las exportaciones netas. Por esto, “el tipo de cambio real está complicado por el gradualismo fiscal” (Dujovne).

Si uno observa los mecanismos de transmisión de la secuencia anterior en términos empíricos para la economía argentina reciente, la cadena causal está muy lejos de ser obvia. El déficit fiscal no tiene ninguna relación con la inflación. La tasa de interés y el tipo de cambio son variables mayormente exógenas, y el efecto del tipo de cambio real sobre las exportaciones netas es muy reducido, entre otros puntos.

Como sea, el argumento supone que para financiar su déficit el Gobierno forzosamente debe tomar deuda en los mercados internacionales y acumular deuda externa. Por eso Galiani dice que hay que aumentar el ahorro doméstico y que, para ello, “la reducción del déficit fiscal tiene un papel muy importante”. Naturalmente, todos estos resultados dependen crucialmente de la validez de los supuestos adoptados, en particular que el ahorro es un prerrequisito de la inversión.

El punto es que, desde Keynes, no hay forma de aumentar el ahorro agregado sin aumentar la inversión. En una economía cerrada, una reducción del consumo destinada a aumentar el ahorro, produce de hecho una disminución de la demanda agregada y del ingreso dejando el ahorro agregado (ingreso menos consumo) en el mismo nivel. Si incorporamos al Gobierno al análisis, el intento de aumentar el ahorro agregado mediante la reducción del déficit fiscal tiene dos vías: aumentar impuestos o bajar el gasto. El primer camino aumenta el ahorro público (impuestos menos consumo público) pero disminuye el ahorro privado en la misma proporción, dejando el agregado sin cambios. El segundo camino incrementa el ahorro público, pero la baja del consumo público disminuye la demanda agregada y reduce el producto, disminuyendo el ahorro privado, con idéntico resultado.

En una economía abierta, el “ahorro externo” viene dado por los pagos de rentas al exterior (pongamos, intereses) más las importaciones menos las exportaciones. Si aumenta el pago de rentas (supongamos, del Gobierno), esto aumenta el ahorro externo, pero disminuye el ahorro público en una proporción equivalente, sin cambios en el ahorro agregado. Extrañamente, el recurso al endeudamiento externo es análogo a una emisión monetaria, ya que la operación resulta en un aumento de las reservas del BCRA y un aumento proporcional del financiamiento de la entidad al Tesoro para financiar el gasto público.

¿Y la inversión?

Pero, entonces, ¿cómo aumentar la inversión privada? Toda la evidencia empírica en Argentina (como en otros países) muestra que la inversión productiva privada depende de la demanda esperada, influida decisivamente por la evolución pasada y presente del mercado, a través de sus efectos sobre el grado de utilización de la capacidad. Por ejemplo, el trabajo econométrico de Coremberg et al (“Inversión privada en Argentina 1950-2000”), muestra que el comportamiento de la inversión privada en Argentina es procíclico, asociado a las variaciones en la demanda agregada, siguiendo un mecanismo de acelerador. El trabajo reveló que las variables proxy del costo de invertir (tasas de interés nominal y real, activa y pasiva, etcétera) “no resultan significativas en una relación de largo plazo con la inversión privada” y el volumen de crédito no resulta significativo para explicar la inversión privada.

Debería ser evidente que si la utilización de la capacidad instalada es la menor de los últimos siete años (60% en la industria en febrero), eso va a desestimular cualquier ampliación de esa capacidad. Así, por más que la tasa de interés baje, ninguna inversión productiva podrá realizarse sin un mercado en expansión que la justifique. En este marco, el consumo (público y privado), las transferencias públicas hacia los sectores de mayor propensión a consumir (programas sociales y jubilaciones) y las exportaciones (exógenas a la política económica) son los factores que definen el horizonte y las posibilidades de la inversión privada.

La conclusión es evidente. Si el Gobierno está acertado en su enfoque básico, entonces es solo cuestión de tiempo para llegar a la tierra prometida del crecimiento y el progreso. Pero si el mundo funciona de otro modo, entonces la política económica está induciendo una trampa recesiva que condena al país al estancamiento y la pobreza crecientes. El ajuste fiscal (y del consumo privado) apuntado a aumentar el ahorro, lo que hace es reducir la demanda y el producto y, por ende, inducir la baja de la inversión privada (¡y del ahorro!). Todo esto con una tasa de interés real básicamente negativa, mientras el déficit fiscal no disminuye (porque los ingresos fiscales caen con el menor nivel de actividad), y con una elevada inflación alimentada cada vez más por el propio ajuste fiscal (alza de tarifas).

Original: el economista.

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